Sebastián Álvaro Lomba

Creador de “Al Filo de lo Imposible” y miembro del patronato de la Fundación Sarabastall.

Un día, sin saberlo entonces, di un paso trascendental en mi vida. Cruce un puente y conocí a los amigos de Sarabastall. No podía imaginar mientras cruzaba el puente de Mequinenza que aquella no sería una reunión más. En Caspe compartí conferencia, cena, charla y ciertas complicidades con almas gemelas que me hicieron pronunciar la palabra clave: ¿Y porqué no Hushé? Es probable que algunos me consideraran un aventado o un extravagante (algo frecuente en mi trayectoria), pero, afortunadamente, no todos pensaron así. A los pocos días recibí una llamada: ¿iba en serio la propuesta? Si, iba en serio. De aquello hace ya más de quince años…

Desde entonces tenemos un valle y una aldea que se adentra en el Karakorum, como un profundo tajo perpendicular a las montañas, que se hace cada vez más angosto, alto y rudo, lejos de la aglomeración de las ciudades e incluso de los circuitos comerciales de expediciones y caminatas.

Persiste en el fondo del valle, el último de un rosario de pequeños pueblos apacibles, de oasis de cultivos y arboledas, rodeados de las colosales laderas de la cordillera más brutal de la Tierra y un torrente de aguas violentas que corre turbio y arremolinado por su fondo. El valle es un pequeño mundo en el corazón de la montaña, con la sabiduría de pasos ocultos que llevan a nuestro pequeño Shangri La, y características propias internas: sean los leopardos huidizos en las nieves eternas o las leyendas de fantasmas que pueblan en el interior de sus glaciares inmensos, que regresan al calor del fuego en invierno, cuando los niños no tienen colegio y los hombres no pueden salir a las montañas. ¿Cuándo llegará el día en que ellas, las mujeres, también puedan compartir estas historias?

Para llegar a Hushé hay que cruzar un puente. Aquí termina el camino aún abierto al exterior. Pero al otro lado del río sigue todavía un largo trayecto, como un enigma en soledad, bajo los grandes picos, adentrándose entre sus raíces. No se pasa al otro lado si no es por verdadera necesidad. O por haber elegido aislarse voluntariamente.

Una vez al otro lado se entra en otro mundo, donde no conviene pensar en la vuelta. Se entra en otro ritmo del tiempo, en un sitio donde el viaje tiene sentido en si mismo, se recupera el relajamiento que sucede a la tensión superada, la capacidad de saborear una fruta, de disfrutar de la sombra de un árbol junto al camino, la sensibilidad para gozar del paisaje, del ánimo para apreciar positivamente la fuerza del río que ahora se interpone entre ti y el resto del mundo. Porque a este lado sólo crecen las montañas hasta cubrirse del hielo ingente de las elevadas altitudes de Asia. Y la soledad. Los sentidos están alertas para captar la brisa fresca del valle, el aroma cálido del prado, el susurro conocido de las hojas en la arboleda y la extrema grandiosidad, aquí tan habitual, sólo propia del Karakorum.

La grandiosidad se esparce por las gentes que habitan a este lado del río. Gentes que nos acogen con complicidad, pues llegas a su isla, a su mundo, al mundo oculto, vivaz y profundo del otro lado del río. Hay palabras, abrazos, ojos alegres. “Paloma, Pilar, Sebastiano…” Hemos llegado los amigos. Jamás había entrado así en ningún lugar del mundo. La emoción, que está en todos los rostros, se transmite como una corriente casi tangible. Ancianos, mujeres, niños, todos están en la calle. Nos hablan de las patatas, de los enfermos, del refugio, de sus problemas. Pero, sobre todo, nos hacen partícipes de sus esperanzas. Nunca he conocido gente tan noble, sencilla, necesitada y orgullosa.

A este lado del río, en el corazón de las cordilleras, entre los hielos polares, tras océanos tormentosos o en las islas castigadas por un perpetuo vendaval, donde la fuerza de lo sencillo se expresa con naturalidad, allí donde nos reconocen los glaciares y las montañas, está la verdadera cara, la que pocos perciben, la de la emoción compartida en honduras humanas que no se ocultan, el verdadero rostro de Sarabastall y “Al Filo de lo Imposible”. No es sólo la aventura emocionante, la fascinación de los paisajes lejanos e intocados, es el hondo y sincero afecto con el que somos recibidos al llegar a Hushé, al otro lado de todos los ríos.

He recorrido con “Al Filo” muchos lugares espléndidos, pero nada ha tocado mi corazón como esta aventura que estamos haciendo juntos en Hushé. Nada, como mi gente de Sarabastall.