Cristina Puigdellívol Serafí
Miembro del Patronato de la Fundación Sarabastall. Forma parte del equipo médico del proyecto desde 2010.
Con éste ya van ocho años que viajo a Hushé todos los veranos. Es algo que ya forma parte de mi vida y mis rutinas. Algo que me obliga a salir de mi zona de confort y anclar los pies en el suelo para que nunca se me olvide que nuestros privilegios materiales son sólo eso, materiales, y la esencia de la vida está en las pequeñas cosas, el esfuerzo y el amor que nos lleva a querer ayudar a los demás.
Pero este año ha sido distinto. Por casualidades de la vida me he visto envuelta en un trekking en la zona del Karakorum (Pakistan) que siempre habia soñado hacer. Había convencido a mi marido, gran amante de la montaña, para que junto con un amigo hicieran esa expedición que empieza en Askole y acaba en Hushé. Allí se reunirian conmigo y les mostraría ese lugar y esas gentes de las que tanto les he hablado. Dos meses antes de la partida el amigo sufrió un percance que le impidió viajar, así que finalmente ocupé su lugar.
Iniciamos nuestro viaje hasta Islamabad y despues a Skardu igual que todos los años, alojándonos en los mismos lugares y compartiendo buenos ratos con los amigos que acudían a visitarnos. Mi marido estaba gratamente sorprendido de la cantidad de gente que nos visitaba, de su amabididad y hospitalidad. A veces es fácil dejarse llevar por los prejuicios que nos crea la información sesgada que recibimos de los medios de comunicacion.
Después de 3 dias intensos de preparativos iniciamos nuestra aventura que nos llevaría a cruzar el glaciar del Baltoro para llegar a Hushé pasando por el Gondogoro La a 5.620 metros de altitud.
Fue duro pero una experiencia maravillosa. Las fotografías no pueden expresar la grandiosidad y la belleza de esas montañas. Nuestra expedición estaba formada por 10 participantes, un guia y 22 porteadores que hacían el mismo recorrido que nosotros pero llevando nuestras maletas, con chanclas y corriendo.... Así, dia tras dia ibamos cruzando el glaciar y acortando la distancia que nos separaba de Hushé.
Es curioso como corre la información en esos parajes montañosos en los que la cobertura telefónica y las redes sociales no tienen cabida. Desde el primer momento corrió la voz de que yo era médico y la palabra mágica “Sarabastall” era como el santo y seña que despertaba una sonrisa y te abria todas las puertas. Porteadores de otras expediciones se acercaban a saludarme o a perdirme alguna medicina para dolores musculares o curas para ampollas y rozaduras. Todos sabian qué era Sarabastall. Fue entonces cuando empecé a darme cuenta de la trascendencia de nuestra organización mas allá del núcleo de Hushé.
Me sentía segura a pesar de la crudeza y la dificultad de las últimas etapas del trekking debido a la altura. Nunca me faltaba un brazo en el que apoyarme en los pasos complicados ni un té caliente o sopa de arroz que sentara mi estomago al llegar al campo base. Cuidaban de mi con gran cariño fruto del agradecimiento por la labor de Sarabastall en su valle.
Y finalmente llegó el último día de travesía en la que alcanzábamos el pueblo de Hushé. Divisarlo en la distancia me causó una emoción dificil de expresar. Sin duda era la más bonita de las aldeas que habíamos visto en todo el trayecto. Sus campos bien trabajados y ordenados. Sus gentes saludando con una sonrisa de bienvenida. Sentí que habia llegado a casa. Alcanzamos el Refugio y el recibimiento por parte del equipo de Sarabastall y los habitantes de Hushé no pudo ser más entrañable y caluroso. Es curiosa la amistad que se ha forjado entre unos y otros a base de trabajo, esfuerzo y grandes dosis de generosidad por ambas partes. Una amistad que creo perdurará en el tiempo.