Mari Carmen Albiac Centellas
Voluntaria de la Fundación Sarabastall y hasta 2017 coordinadora del Anuario Sarabastall.
Cuando se ha crecido con Sarabastall en la mente y en el corazón, aunque cueste imaginárselo, Hushé está tan cerquita como nuestro querido Pirineo o cualquier pueblo de nuestra Comarca.
Conocía el proyecto desde el comienzo, me sabía de memoria el nombre de todos los lugares, ¡hasta colocarlos en el mapa!. Recordaba el nombre de todos sus protagonistas: Ghulam, Alí, Karím, Ismail… les ponía cara y sonrisa… y nunca había estado allí.
Año tras año, seleccionando fotos para este anuario, veía sus rostros, sus hogares, sus montañas y observaba la evolución del proyecto. Recuerdo imágenes míticas, que encuentro tras encuentro, han servido para narrar la evolución del proyecto. Aquella del 2002, por ejemplo, con los 4 primeros viajeros a Hushé sobre un montículo de piedras, que tantas veces hemos visionado. Las fotos de las primeras patatas o cerezas, las imágenes del Masherbrum, de día, de noche, de cerca, al fondo. Aquella foto de 2008 con unos cien niños sentados en las escaleras de la escuela levantando sus brazos en señal de alegría, o, unos años más tarde, levantando orgullosos sus cepillos de dientes. Y el refugio; primero el terreno, luego los cimientos; imágenes de la compra e instalación de los primeros muebles, hasta llegar a las habitaciones retratadas con sus cortinas o con los rótulos sobre las puertas…
Me sabía los pasos del proyecto, había colaborado en actividades de captación de fondos, había compartido tertulias hablando y hablando de Hushé, de Pakistán. Deseaba ir allí, visitarlo, sentirlo y vivirlo, conocerlo de primera mano para poner cada foto en su sitio y ver en cada lugar las fotos. Creo que nadie en Sarabastall, puede escapar a este deseo.
Y el día llegó, una calurosa mañana de agosto llamaban a mi puerta para emprender viaje rumbo a Pakistán. En aquel momento, nervios y emoción.
La primera impresión fue sobrecogedora, nada más aterrizar supe que estaba en otro mundo. Aquello no era como ninguno de los países que hasta el momento hubiera podido visitar. Cientos de hombres vestidos igual se agolpaban en las llegadas del aeropuerto y se peleaban por ser nuestro guía en la ciudad. Calles caóticas llenas de coches, de sonidos, de motos con hasta 4 ocupantes o cables por doquier. Hombres y más hombres, pocas mujeres. Me bastaron unas horas en Islamabad para saber que la realidad del país iba a superar con creces esas imágenes que yo tenía acumuladas en la retina.
Y así siguieron los días, superando cada vez más esas fotografías.
Primero con la llegada a Skardú, más caos aún si cabe, más calles llenas de polvo y comercios bulliciosos, y con menos mujeres a la vista.
Después, el viaje al valle del Basha, al Pakistán profundo. Un recorrido en gris y marrón, entre piedras y rocas afiladas, trayecto difícil y duro junto al Indo, y luego junto al Shigar, ríos que, solo mirarlos, dan miedo. Sintiendo peligro a ratos y maravillando los sentidos constantemente recorrimos el camino. Aventura en estado puro y naturaleza viva.
Finalmente, el valle Hushé, amarillo del trigo, con más tonalidades de gris y marrón si cabe en sus paredes, lleno de niños que corrían al lado del jeep al vernos pasar y lleno de gentes con coloridos trajes. Y allí, también un río, el río Hushé, igual de bravo y de gris, igual de peligroso y tirano.
Pasábamos por puentes inimaginables sobre estructuras dudosas… y nos decían que éramos afortunadas, que este año la carretera estaba muy bien, y nosotras nos preguntábamos, ¿carretera?, ¿qué carretera?.
La emoción de alcanzar Hushé no la puedo describir. Descubrí que las imágenes no le hacen justicia a este lugar. El incomparable marco natural del que disfruta Hushé nos recibió aquel día con sol y cielo azul. Llegar a Hushé fue hacer realidad un sueño, un deseo.
Allí pudimos colaborar con el seguimiento del proyecto, y sobre todo, cumplimos el objetivo de conocerlo in situ y de comprobar su alcance. Allí podíamos comparar Basha y Hushé. Podíamos ver muchos niños escolarizados, y sobre todo, muchas más niñas que en Basha. Nos encontramos con profesores formados que sí que tenían un control en las anotaciones acerca de la escolarización y que hablaban un poquito inglés. Allí visitamos un dispensario limpio y organizado, bien dotado, con Ghulam al frente, el que estuvo en España unos años atrás, trabajando en la MAZ para formarse.
Vimos árboles en los patios de las casas, y, sobre todo, vimos un refugio lleno de montañeros, con beneficios, muchos o pocos, pero los necesarios para dar continuidad a la labor que se va llevando a cabo allí desde hace tantos años. Lo que en Basha ahora parece imposible en Hushé lo vimos hecho realidad. Y cuando entrevistábamos a las familias para distribuir las nuevas becas de estudio, supimos que, sin una ayuda externa bien ejecutada, nada de aquello sería posible.
Debo decir que en todos los lugares se me recibió como a un ser querido, una verdadera amiga. Ese país que para otros puede parecer tan hostil, fue hospitalario y acogedor al cien por cien para mí. Y es que Sarabastall allí, es muy querido y muy amigo. No es para menos, diez veranos son muchos veranos, y, el proyecto Hushé ha trasformado la aldea y ha servido de modelo para muchas otras iniciativas en la zona o en lugares lejanos, y de hecho, servirá para actuar en Basha.
Viajar a Pakistán fue un privilegio, una ocasión única, conocer un país como este tan a fondo, llegando a lugares tan recónditos, es muy difícil sin alguien que te guíe. Y vivir en Hushé lo fue aún más, Hushé se habrá transformado pero también transforma a todo aquel que pasa por allí.